Mi calificación:
Me gustan mucho las novelas gráficas y me animé con una primera reseña sobre el género. Keum Suk Gendry-Kim es una dibujante y escritora surcoreana que rescata la memoria histórica de miles de personas que padecieron los horrores del siglo XX en la península de Corea. La sutileza para contar ese tipo de historias es un talento escaso hoy en día y la autora es una maestra en hacerlo...
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Sabía que me encontraría con una historia estremecedora y difícil de leer sin conmoverse. Keum Suk Gendry-Kim utiliza en su novel gráfica Hierba un enfoque narrativo muy interesante: la protagonista parece ser una versión de sí misma —profesional exitosa, progresista, joven y soltera— adentrándose de manera inicialmente liviana en los testimonios de mujeres sobrevivientes de las guerras del siglo XX en la península de Corea. Sin embargo, conforme avanza la indagación, desde la cómoda posición de la neutralidad como certificado de objetividad, la narradora no puede quedarse al margen de las emociones que va desatando el relato de una anciana; la historia es tan violenta, y revela un nivel tal de crueldad, que acaban arrastrándola y sepultando cualquier tipo de frivolidad.
En este caso, la novela gráfica Hierba narra, basándose en hechos reales, la historia de una mujer que fue obligada a ser esclava sexual durante su adolescencia, siendo sistemáticamente abusada por soldados japoneses durante la ocupación de Corea en la Segunda Guerra Mundial. Las viñetas son muy bien logradas: consiguen narrar la lenta agonía y la peor cara del ser humano...
Pero también alcanza unos niveles tan sutiles de belleza, jugando con el espacio, como buscando aplacar el horror narrado de algún modo...
La maestría de Gendry-Kim evita que la historia caiga en el morbo. Tampoco se detiene de manera lastimera en las atrocidades que va mostrando ni cae en el recurso fácil de la truculencia para forzar la empatía: el gran valor de la historia es que va llevando pacientemente al lector hacia el tiempo presente, mostrando la continuidad pasmosa que hay entre la memoria negada de los hechos vividos y la narrativa política que oficializa el olvido. Es una interpelación directa a las generaciones actuales, plácidamente instaladas en el desprecio hacia el pasado, pero también a los gobernantes en Corea del Sur. Quizás el tono sea pesimista y desesperanzador, pero después de la vorágine emocional de la novela, no quedan muchas ganas de seguir creyendo en la humanidad.
A pesar de todo, lo que sobresale es la dignidad inexpugnable de la anciana, firme, convencida y serena, habitando una memoria histórica que aún busca reconocimiento y dignidad, enfrentada a una élite pusilánime y carente de empatía, que asume que violar, matar y hacer desaparecer es el costo del progreso y del reconocimiento internacional como país serio. En tiempos donde la memoria se relativiza, esta novela gráfica es una alerta que le habla a todo el mundo y no sólo a los coreanos.



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