Mi calificación:
Novela muy breve (42 páginas dice el ebook), pero intensa y desconcertante, realmente desconcertante, en lo que se considera la mejor obra de Herman Melville. Parte de la clásica colección de La Biblioteca de Babel, dirigida por mi amigo personal y confidente Jorge Luis Borges.
Repetí la orden con la mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta.-Preferiría no hacerlo.-Preferiría no hacerlo -repetí como un eco, poniéndome de pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos-. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página; tómela -y se la alcancé.-Preferiría no hacerlo -dijo.
Nada exaspera más a una persona seria que una resistencia pasiva. Si el individuo resistido no es inhumano, y el individuo resistente es inofensivo en su pasividad, el primero, en sus mejores momentos, caritativamente procurará que su imaginación interprete lo que su entendimiento no puede resolver.
Así me aconteció con Bartleby y sus manejos. ¡Pobre hombre!, pensé yo, no lo hace por maldad; es evidente que no procede por insolencia; su aspecto es suficiente prueba de lo involuntario de sus rarezas. Me es útil. Puedo llevarme bien con él. Si lo despido, caerá con un patrón menos indulgente, será maltratado y tal vez llegará miserablemente a morirse de hambre. Sí, puedo adquirir a muy bajo precio la deleitosa sensación de amparar a Bartleby; puedo adaptarme a su extraña terquedad; ello me costará poquísimo o nada y, mientras, atesoraré en el fondo de mi alma lo que finalmente será un dulce bocado para mi conciencia. Pero no siempre consideré así las cosas. La pasividad de Bartleby solía exasperarme. Me sentía aguijoneado extrañamente a chocar con él en un nuevo encuentro, a despertar en él una colérica chispa correspondiente a la mía [...].
Una tarde, el impulso maligno me dominó y tuvo lugar la siguiente escena:
—Bartleby —le dije—, cuando haya copiado todos esos documentos, los voy a revisar con usted.
—Preferiría no hacerlo.
—¿Cómo? ¿Se propone persistir en ese capricho de mula?
Silencio.
Tan cierto es, y a la vez tan terrible, que hasta cierto punto el pensamiento o el espectáculo de la pena atrae nuestros mejores sentimientos, pero algunos casos especiales no van más allá. Se equivocan quienes afirman que esto se debe al natural egoísmo del corazón humano. Más bien proviene de cierta desesperanza de remediar un mal orgánico y excesivo. Y cuando se percibe que esa piedad no lleva a un socorro efectivo, el sentido común ordena al alma librarse de ella.

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