Mi calificación:
Novela amarga y reflexiva que nos recuerda que a veces "poner empeño" para lograr metas socialmente aceptadas puede entregarnos las mismas recompensas emocionales que apostar todo nuestro salario a las carreras de caballos...
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Este libro es conmovedor. Aunque lo terminé hace unos días, sigo volviendo a él como quien regresa a un recuerdo incómodo, pero ineludible. Stoner, de John Williams, aborda con una honestidad implacable dos tópicos que el pensamiento dominante, ya sea progresista o conservador, rara vez logra captar en toda su profundidad humana y su impacto generacional: la existencia de "méritos" educacionales intrínsecos en una persona, como camino legítimo hacia recompensas sociales, y la exigencia tácita de renunciar a la propia identidad para alcanzarlas y lograr ese título tan gelatinoso e impreciso como es el reconocimiento por parte de la sociedad.
Lo que al principio parece un drama sencillo sobre la repentina movilidad social de un campesino —que, por un giro inesperado, abandona sus estudios de agronomía para dedicarse a la enseñanza de literatura inglesa en una universidad del medio oeste estadounidense—, se transforma en una reflexión pesimista y desoladora sobre las decisiones que tomamos y cuán mal preparados estamos para enfrentarlas, especialmente cuando se carece de ese intangible pero crucial capital social o cultural, que jamás debe entenderse como una vulgar facilidad para comprender contenidos académicos o conectar con un profesor.
William Stoner, el protagonista, es el ejemplo perfecto de esta tensión entre aspiraciones socialmente deseables y limitaciones biográficas para alcanzarlas o, incluso, disfrutarlas. A lo largo de la novela, obtiene momentos de plenitud, sí, pero son escasos, fugaces, casi irreales o incluso moralmente incorrectos. En cambio, la vida que habita está llena de una monotonía gris, una persistencia casi insoportable de lo rutinario, que lentamente va despojando de sentido a su existencia. Todo comienza con un desarraigo profundo, capturado de manera magistral en este fragmento, cuando comienza a darse cuenta de que es "diferente" a sus padres:
Casi al final de aquel verano, justo antes del comienzo del semestre de otoño, visitó a sus padres. Su intención era ayudar en la cosecha de verano, pero se encontró con que su padre había contratado a un ayudante negro que trabajaba con una intensidad tranquila, feroz, llevando a cabo él solo en un día casi tanta labor como la que desarrollaban William y su padre juntos en el mismo espacio de tiempo. Sus padres se alegraron de verle y no parecían arrepentidos de su decisión. Pero a él no se le ocurría nada que decirles. Se había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la pérdida. Regresó a Columbia una semana antes de lo que tenía previsto.
Stoner demuestra que el esfuerzo por "ser alguien" —eso que en el habla popular chilena se entiende como "poner empeño"— a menudo se traduce en autodestrucción emocional, en la erosión de los lazos que nos sostienen o en una indiferencia hacia nuestra propia historia. Pero lo más notable de esta novela es cómo John Williams logra narrarlo: su estilo frío, preciso y profundamente bello transforma esta desolación en algo que el lector no solo puede comprender, sino sentir.
Un ejemplo de esta maestría se encuentra en uno de los momentos más reflexivos de la novela, cuando Stoner, ya en una etapa avanzada de su vida, enfrenta una pregunta que lo consume y angustia:
Había llegado a ese punto en el que le asaltaba, con intensidad creciente, una cuestión de una simplicidad tan aplastante que carecía de recursos para afrontarla. Se empezó a preguntar si su vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido. Era una duda, sospechaba, que le llegaba a todo el mundo tarde o temprano... Hallaba un gusto siniestro e irónico en la posibilidad de que, con la poca formación que se había procurado, se las había arreglado para llegar a una certeza: que a la larga todas las cosas, incluso el conocimiento que le permitía saber esto, eran fútiles y vacías y que al final empequeñecían hasta convertirse en una nada donde ya no cambiaban.
La obra de Williams, inexplicablemente ignorada durante décadas, merece todo el reconocimiento que ha ganado en tiempos recientes. Stoner no solo retrata una vida, sino que muchas vidas, en especial si se hace el correlato con el Chile actual: nunca en la historia habíamos tenido tantas personas accediendo a la educación "superior". Pero, ¿cuántos Stoner habrá allá afuera, abrumados por el peso que significa tener mérito y reconocimiento al costo de dejar de ser quienes son?
Sin duda, la volveré a leer. Esta novela es, y será, imprescindible.
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