1/25/2025

La muerte y la doncella - Ariel Dorfman (1991)

Mi calificación:

★★★★
(5/4)

Una de las obras de teatro chileno más célebres en el mundo, que ha sido representada en más de cien países y traducida a más de sesenta idiomas, además de tener una película con la mismísima sargento Ripley de Alien como protagonista. Ineludible en lo que respecta a la memoria sobre la transición a la democracia en Chile...

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En política no sólo existe la extrema derecha o la extrema izquierda. También existe el extremo centrismo, una posición que lleva al absurdo la búsqueda obsesiva de una síntesis que se asume unilateralmente como correcta y mesurada, anulando las legítimas pasiones bajo el prisma de un pragmatismo aparente que rechaza todo exceso e incluso relativiza la democracia cuando se "rotea". Este enfoque no sólo niega la racionalidad de los conflictos, sino que termina validando la impunidad con su inacción y verborrea, justificando dictaduras como la chilena con la tesis de los "dos demonios" y un supuesto "enfrentamiento" del cual maduramente se alejan. Por ejemplo, se carga de culpas y responsabilidades a millones de personas por haber apoyado a la Unidad Popular, ignorando el contexto histórico y político democrático que dio origen a esa elección. 

En La muerte y la doncella, Ariel Dorfman retrata las contradicciones de este enfoque de manera brutal. La obra expone los límites y las concesiones de una transición chilena a la democracia que prometió reparación a las víctimas del pinochetismo "en la medida de lo posible", sacrificando la justicia en favor de una verdad recortada, descafeinada, temerosa y entreguista. Este pacto de olvido -tan moderno y tan civilizado- prefirió una falsa reconciliación a la memoria viva del dolor de un pueblo, por considerarla desmesurada y errática. Aún hoy, esta narrativa sigue vigente con el auge del negacionismo y el relativismo, que blanquean ejecuciones, torturas y desapariciones forzadas. El extremo centrismo supone que insistir "con eso de los desaparecidos" obstaculiza el avance hacia el futuro y hacia el desarrollo, de manera infame, pues ni siquiera tienen la valentía de declararse de derecha. Sin embargo, como advirtió George Santayana: "Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo".

En este contexto, la desesperación e impotencia de Paulina, protagonista de la obra, resulta desgarradora. Ella representa la memoria que se intenta silenciar, una memoria que no busca reparación tibia sino justicia radical. Una noche su marido tiene problemas con su auto y regresa a la casa con un tipo al que no ve. Tras reconocer la voz del médico que la torturó y violó, Paulina lo secuestra, poniendo a su esposo Gerardo, encargado de una comisión de verdad y reconciliación, en una posición imposible. La lucha de Paulina es profundamente simbólica: es la memoria exigiendo un lugar frente al discurso que privilegia el perdón y el silencio sobre el justo castigo y la verdad.

Un fragmento particularmente poderoso de la obra encapsula esta tensión:

PAULINA: Un compromiso, una negociación. ¿No es así como se ha hecho esta transición? ¿A nosotros nos dejan tener democracia, pero ellos se quedan con el control de la economía y las fuerzas armadas? ¿La Comisión puede investigar crímenes pero los criminales no reciben castigo? ¿Hay libertad para hablar de todo siempre que no se hable todo? [Pausa breve]. Para que veas que no soy tan irresponsable ni tan… enferma, te propongo que lleguemos a un acuerdo. Tú quieres que yo a este tipo lo suelte sin hacerlo daño, y yo lo que quiero… ¿te gustaría saber lo que quiero yo?
GERARDO: Me encantaría saberlo.
PAULINA: Cuando escuché su voz anoche, lo primero que pensé, lo que he estado pensando todos estos años, cuando tú me pillabas con una mirada que me decías que era… abstracta, decías, ida, ¿no? ¿Sabes en lo que pensaba? En hacerle a ellos lo que me hicieron a mí, minuciosamente. Especialmente a él, al médico… Porque los otros eran tan vulgares, tan… pero él ponía Schubert, él me hablaba de cosas científicas, hasta me citó a Nietzsche una vez.
GERARDO: Nietzsche.
PAULINA: Me horrorizaba de mí misma… pero era la única manera de conciliar el sueño, de salir contigo a una cena en que me preguntaba siempre si alguno de los presentes no sería… quizá no la exacta persona que me… torturó, pero… y yo, para no volverme loca y poder hacer la sonrisa de Tavelli que me dices que tengo que seguir haciendo, bueno, iba imaginándome meterles la cabeza en un balde con sus propios orines o pensaba en la electricidad, o cuando hacemos el amor y a mí me estaba a punto de dar el orgasmo, era inevitable que pensara en… y entonces yo tenía que simularlo, simularlo, para que tú no te sintieras…
GERARDO: Ay, mi amor, mi amor.
PAULINA: Así que cuando escuché su voz, pensé lo único que yo quiero es que lo violen, que se lo tiren, eso es lo que pensé, que sepa aunque sea una vez lo que es estar… [Pausa breve]. Y que como yo no iba a poder hacerlo… pensé que ibas a tener que hacerlo tú.
GERARDO: No sigas, Paulina.
PAULINA: Enseguida me dije que sería difícil que tú colaboraras.
GERARDO: No sigas, Paulina.
PAULINA: Así que me pregunté si no podía utilizar una escoba… Sí, Gerardo, un palo de escoba. Pero me di cuenta de que no quería algo tan… físico, y ¿sabes a qué conclusión llegué, qué es lo único que quiero? [Pausa breve]. Que confiese. Que se siente a la grabadora y cuente todo lo que hizo, no sólo conmigo, todo, todo… y después lo escriba de su puño y letra y lo firme y yo me guardo una copia para siempre… con pelos y señales, con nombres y apellidos. Eso es lo que quiero. [Pausa breve].
GERARDO: Él confiesa y tú lo sueltas.
PAULINA: Yo lo suelto.
Este diálogo es el corazón de la obra, donde Paulina revela su trauma y su sed de justicia. Es una escena devastadora que enfrenta al espectador con la imposibilidad de separar el pasado del presente, porque simplemente no es posible. La verdad que Paulina exige no es burocrática, no es figurar en informes oficiales; quiere una verdad completa, visceral, que trascienda las líneas que el extremo centrismo no se atreve a cruzar (hasta el día hoy).

La muerte y la doncella es una obra que, lamentablemente, mantiene su vigencia. Dorfman nos recuerda que no se puede construir un futuro reconciliado sobre los cimientos tambaleantes de la impunidad. La memoria, por más desmesurada que parezca, es un acto de justicia en sí misma y no se debe transar en aras de una convivencia cívica que exige olvido a conveniencia. Porque, finalmente, la respuesta al viejo dicho "ojo por ojo, diente por diente" no puede ser culpar a quien los perdió primero sólo por tener rabia, resentimiento, odio o simplemente dolor, bajo la miserable creencia de que eso es propio de rotos y no de gente de bien.

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