3/02/2025

La dinámica del capitalismo - Fernand Braudel (1985)

Mi calificación:

★★★★
(5/4)

Recuerdo que cuando chico quería ser astronauta, futbolista y profesor de historia. Sin entrar en detalles sobre el modo ignominioso cómo fueron abortadas las dos primeras metas, respecto a la tercera puedo señalar que me queda el consuelo de poder leer libros como el que hoy les reseño, donde no se habla de héroes ni de grandes batallas, sino de lo cotidiano, de esos gestos repetidos una y otra vez que, sin darnos cuenta, sostienen el mundo y mantienen su mierda en el tiempo. 

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Me gustan los libros contraintuitivos cuando van acompañados de claridad e imaginación para plantear sus premisas. La dinámica del capitalismo, de Fernand Braudel, es un ejemplo perfecto de esto. Se trata de una obra breve, una suerte de resumen de buena parte de la producción del autor, caracterizada por la monumentalidad. Su enfoque para analizar el capitalismo desde lo cotidiano, desde la historia material, no solo es profundamente original, sino que desafía perspectivas más tradicionales que lo presentan como una ruptura abrupta con el pasado, a partir de la simple demostración de mayor eficiencia en la producción, o como un fenómeno autónomo y autosuficiente, explicado como una evolución natural de las sociedades. Braudel, con una simpleza que conmueve, nos invita amablemente a sumergirnos en las prácticas diarias que, de manera casi invisible, sostienen y reproducen el capitalismo. 

Lo señala con sus propias palabras:
He partido de lo cotidiano, de aquello que, en la vida, se hace cargo de nosotros sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello: la costumbre —mejor dicho, la rutina—, mil ademanes que prosperan y se rematan por sí mismos y con respecto a los cuales a nadie le es preciso tomar una decisión, que suceden sin que seamos plenamente conscientes de ellos. Creo que la humanidad se halla algo más que semisumergida en lo cotidiano. Innumerables gestos heredados, acumulados confusamente, repetidos de manera infinita hasta nuestros días, nos ayudan a vivir, nos encierran y deciden por nosotros durante toda nuestra existencia. Son incitaciones, pulsiones, modelos, formas u obligaciones de actuar que se remontan a veces, y más a menudo de lo que suponemos, a la noche de los tiempos. Un pasado multisecular, muy antiguo y muy vivo, desemboca en el tiempo presente al igual que el Amazonas vierte en el Atlántico la enorme masa de sus turbias aguas.
Este hermoso pasaje es el contexto de una de las ideas centrales de Braudel: el capitalismo no es un sistema exógeno que irrumpió para perturbar una idílica vida rural de conexión con la naturaleza y de armonía con la producción autárquica, regida por el valor de uso. Por el contrario, es un fenómeno lento, difuso en sus inicios, que requiere, ante todas las cosas, de aceptación social, pues se entrelaza de maneras específicas con lo económico, lo político, lo cultural y con las propias estructuras sociales. En ese sentido, lo cotidiano no es simplemente un conjunto de hábitos inconscientes; es también un espacio donde se reproducen las estructuras de poder que sostienen el capitalismo. Esas «innumerables gestos heredados» no son neutrales: están cargados de significados y relaciones de dominación que se han naturalizado con el tiempo.

Braudel profundiza en este entrelazamiento:
Como privilegio de una minoría, el capitalismo es impensable sin la complicidad activa de la sociedad. Constituye forzosamente una realidad de orden social, una realidad de orden político e incluso una realidad de civilización. Porque hace falta, en cierto modo, que la sociedad entera acepte, más o menos conscientemente, sus valores [...]. Toda sociedad densa se descompone en varios 'conjuntos': el económico, el político, el cultural y el jerárquico-social. El económico sólo podrá comprenderse en unión de los demás 'conjuntos', disolviéndose en ellos, pero también abriendo sus puertas a los próximos a él. Hay acción e interacción. Esta forma particular y parcial de la economía que es el capitalismo no se explicará plenamente sino a la luz de estas proximidades e invasiones; acabará adquiriendo gracias a ella su auténtico rostro.
Lo fascinante de Braudel es que no cae en la tentación de demonizar el capitalismo, sino que lo aborda como un fenómeno complejo, pero no por eso incomprensible. Es interesante contrastarlo con los principales enfoques de las ciencias sociales. A diferencia de Marx, que enfatiza las contradicciones internas del capitalismo y su tendencia inevitable hacia la crisis, Braudel se centra en su capacidad para integrarse en la vida cotidiana y reproducirse a través de prácticas culturales y sociales. Por otro lado, a diferencia de Weber, que vincula el capitalismo con una ética protestante específica, Braudel lo presenta como un fenómeno más amplio y diverso, arraigado en múltiples tradiciones y contextos históricos, donde no existe necesariamente una forma de vincularse con las manifestaciones culturales. Sin pretender invalidar estas perspectivas, la invitación es ir más allá.

Braudel también es honesto sobre las limitaciones de su enfoque. Reconoce que no contaba con los medios ni la tecnología para reforzar cuantitativamente sus conclusiones, pero en lugar de esconder estas carencias, las señala abiertamente. Esto no solo refleja su integridad intelectual, sino que también invita a futuros investigadores a profundizar y debatir sus ideas. Su obra no es un punto final, sino un punto de partida para entender el capitalismo desde una perspectiva más amplia, que evite los reduccionismos.

En un mundo donde nuestras rutinas están cada vez más regidas por algoritmos y plataformas digitales, el enfoque de Braudel cobra una nueva relevancia. ¿Cómo se integran estas nuevas formas de capitalismo en nuestra vida diaria? ¿De qué manera reproducimos, a través de gestos aparentemente inocuos, las estructuras de poder que sostienen este sistema? Braudel nos invita a examinar cómo el capitalismo se entrelaza con nuestras prácticas más íntimas y cotidianas, incluso en un contexto tecnológico que él no pudo prever.

En definitiva, La dinámica del capitalismo es una excelente forma de sacudirse de categorías oxidadas e inútiles para entender el mundo. Braudel no nos ofrece consignas fáciles ni respuestas definitivas, sino una invitación a abandonar la flojera intelectual y a adentrarnos en las complejidades de un sistema que ha moldeado profundamente nuestro mundo. Ya sabemos de antemano que el capitalismo es malo, pero en una era dominada por respuestas rápidas y simplificaciones, Braudel nos enseña que enfrentarlo no es cuestión de repetir eslóganes antisistémicos y usar una retórica llena de romanticismo, pero diseñada para una época que ya pasó, sino de comprender cómo opera en lo más profundo de nuestras vidas y eso requiere paciencia, rigor y una mirada atenta a lo cotidiano y a todas las esferas de lo social, y no sólo donde estallan los episodios más glamorosos o pirotécnicos.

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