Mi calificación:
La literatura oriental es muy extraña. Su tratamiento de las emociones y del tiempo resulta desconcertante. Y al mismo tiempo, seduce muchísimo. La belleza de esta novela no viene dada por lo que se dice explícitamente, sino que también lo que va contando por detrás. La muerte, tratada de manera contraintuitiva, es el foco de esta novela que reseño el día de hoy.
***
Kitchen es una novela que gira en torno a la pérdida, la soledad y la búsqueda de consuelo en los pequeños detalles de la vida cotidiana, pero que también recuerda que estos no son espacios seguros ni neutros. La rutina de la vida familiar, sus gestos repetidos y sus rituales, pueden ser un refugio o, por el contrario, una forma insidiosa de prolongar el vacío o manipular voluntades. Mikage, la protagonista, es una joven que acaba de perder a su abuela, su única familia, y se encuentra sumida en una depresión y la incertidumbre sobre el futuro. Su forma de enfrentarlos es casi instintiva: duerme en la cocina, el único lugar donde siente algo parecido a la calma, abrigada por los recuerdos.
A partir de esta pérdida, y en circunstancias que bordean lo inexplicable, Mikage es acogida por Yuichi, un joven que trabajaba con su abuela, y por su madre Eriko, que esconde algunos secretos que se irán revelando durante la novela.
—Mi madre te ha dejado boquiabierta, ¿eh? —dijo.—Sí. Es que es tan guapa… —respondí con franqueza.—Sí, mucho. —Yūichi se acercó sonriendo y se sentó en el suelo frente a mí—. Se ha hecho la cirugía estética —dijo.—¿Ah, sí? —dije, fingiendo naturalidad—. He pensado que no os parecíais.—¿Te has dado cuenta? —continuó de una forma increíblemente extraña—. Es un hombre.Esta vez no siguió hablando.Yo, con los ojos muy abiertos, lo miraba en silencio.Aún, sí, aún pensaba que no tardaría en decirme que era una broma. Aquellos dedos delgados, aquellos gestos, la manera de andar… Contuve el aliento recordando aquella cara tan hermosa y esperé, pero Yūichi parecía estar simplemente contento.—Pero —abrí la boca—, entonces, no es tu madre como dices.—Tú, en mi lugar, ¿la llamarías padre? —dijo tranquilamente.En realidad no podía pensar eso. Su respuesta era lógica.
Con ellos comienza a reconstruir su sentido de pertenencia en un espacio doméstico que no es el suyo, pero que, poco a poco, la abraza, pues es, a fin de cuentas, una familia. De este modo, la cocina, más que un simple escenario, se convierte en un símbolo ambiguo: un refugio cálido, sí, pero también un lugar donde se manifiestan intereses o caprichos. De igual modo, el habitar va resignificando los objetos cotidianos y las intenciones originales para tenerlos.
—Tu madre —empecé a decir—, ¿no será que vio el sofá en la sección de muebles, se sentó, se encaprichó de él y acabó comprándolo?—¡Premio! —dijo—. Ella vive sólo para sus caprichos. Sin embargo, creo que es fabuloso tener la capacidad de satisfacerlos.—Tienes razón —dije.—Bien, de momento el sofá es tuyo. Será tu cama. Realmente, no está mal que sirva para algo.—Yo —dije tímidamente—… ¿puedo dormir aquí, de verdad?—Sí —dijo resuelto.—… Es un honor —dije.Después de explicármelo todo por encima, me dio las buenas noches y volvió a su habitación.
Banana Yoshimoto tiene un estilo narrativo muy pulcro, en el que la belleza y la sencillez del lenguaje ocultan una tensión latente, pues muchas veces ese lenguaje esconde intenciones o miserias. Pero su manera de abordar la muerte evita el dramatismo fácil, pero tampoco refugiándose en un estoicismo poco verosímil. Hay una aceptación extraña en su relato, una conciencia de que la vida y la muerte se entrelazan de manera constante, incluso en lo más mundano. La novela trata temas como la identidad, el duelo, la familia no convencional y los crímenes de odio con una naturalidad que nunca resulta forzada. En su aparente ligereza, hay una profundidad que resuena mucho después de la lectura y que deja la sensación de que el libro requiere de una segunda lectura para captar todos los detalles. La perversa influencia militar/religiosa occidental privatiza la muerte a un nivel espantoso, pero es precisamente la mirada de otra cultura lo que hace que el ritmo narrativo de Banana Yoshimoto resulte tan cautivador y atípico y permita ver tantas cosas alrededor.
Creo que uno de los aspectos más interesantes de Kitchen es su exploración de la ambivalencia en lo cotidiano. La idea de que la buena y la mala suerte existen, pero depender de ellas es una actitud cómoda, pues anulan la voluntad, aparece como una reflexión recurrente en la historia. Sin embargo, reconocer esto no disminuye el dolor, y Mikage lo sabe; he ahí lo extraño, pues la vida mostrando caras no siempre amables. En su tránsito hacia la adultez, no encuentra respuestas claras, sino una forma de moverse entre contradicciones y decisiones: el consuelo y la angustia coexisten en una taza de té, en una cama improvisada en la cocina, en la presencia de un extraño que se vuelve familia o amante, dependiendo del momento. Yoshimoto no ofrece una lección moral ni un cierre definitivo para sus personajes; su escritura, suave y ceremoniosa, parece diseñada para no añadir más peso al duelo, sino para permitir que este respire y conviva con otras emociones.
Aunque sea cierto que la buena y la mala suerte existen, depender de ellas es una actitud muy cómoda. Sin embargo, aunque pensara así, mi dolor no disminuiría. Desde que me di cuenta de esto, me convertí en una adulta repugnante capaz de compaginar las cosas más absurdas con las de todos los días. Pero me hizo la vida más fácil.
Lo que hace que Kitchen sea única es su manera de explorar emociones intensas sin subrayarlas, con una contención casi cruel. Incluso los aspectos más oscuros de la historia —la violencia, la pérdida, el odio— aparecen con una calma inquietante. El sufrimiento no se expone de manera explícita, sino que se insinúa con una persistencia sutil, como si estuviera en los márgenes de la narración y sólo se le pueda vislumbrar su sombra, que se mezcla con otras sombras, que conviven y se entremezclan.
Porque Kitchen no es solo un relato sobre la muerte, sino también sobre la vida que persiste después de ella, con todas sus cosas raras y contradicciones. Es una historia de supervivencia emocional, de la capacidad humana de encontrar significado en los lugares más inesperados y en las transformaciones más improbables (por ejemplo, la historia de Eriko como padre/madre es demoledora). En su aparente sencillez, Yoshimoto logra capturar el peso de la ausencia y, al mismo tiempo, la delicada promesa de que la vida sigue, aunque sea de manera incierta y enfrentando voluntades ajenas o mediocridades propias. Definitivamente el territorio narrativo que ofrece la autora invita a seguir leyéndola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario